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Soy ya tan anciano

que mi nombre confundo

No sé si es Vespasiano,

¿es Nerva o Domiciano?

Tal vez sea Trajano…

Pero lo que sí sabe todo el mundo

es que soy emperador romano.

Bueno, emperador y pésimo poeta, lo reconozco. Pero…¿qué queréis? Me aburro y… Mal poeta y persiana. ¡Ay que ver cómo me enrollo! Veo en vuestra mirada que a vosotros os da lo mismo. De mi nombre no estoy seguro, pero de lo que os quiero contar, sí. ¿Sabéis que estáis delante del Acueducto de Segovia? Impresiona, ¿verdad? Os cuento.

Cuando vivíamos en esta ciudad, nuestras casas estaban en lo más alto, allá por la Plaza Mayor y el Alcázar. El agua no llegaba entonces hasta las casas y teníamos que buscarla bien lejos. Era un problema. Pero los romanos éramos, además de valientes soldados, excelentes ingenieros. Así que decidimos solucionar el problema. Había que subir el agua hasta lo alto de la ciudad. ¡Ay, si hubiéramos tenido motores como tenéis ahora! Como no había de eso, la solución era construir un puente que salvase el valle en el que ahora estáis y llevase el agua del río hasta las puertas de la ciudad. Y aquí tenéis el Acueducto, “el camino del agua.” Genial, ¿no?

Os cuento algunas curiosidades de este monumento:

  • El Acueducto, lo que se ve y lo que no se ve, recorre unos 17 kms. desde el río donde coge el agua hasta el Alcázar.

  • La parte monumental, la de los arcos, es de casi 800 m.

  • Tiene 167 arcos y 120 pilares.

  • En la parte más alta, ésta en la que estáis, llega a medir 28,10 m.

  • La parte alta de la ciudad está recorrida por conducciones subterráneas que llevaban el agua a toda la ciudad.

  • Está hecho con grandes bloques de granito que se llaman sillares. ¡Hay 20.400 sillares! Y no utilizamos cemento ni ninguna clase pegamento para sujetarlos. Y a pesar de ello… aquí está, de pie, desde hace más de dos mil años.

  • Donde hoy veis una imagen de la Virgen de la Fuencisla, patrona de la ciudad, hubo otra antes dedicada a Hércules, de quien se dice que es el fundador de Segovia.

  • También os digo que…

 

  • ¡Tonterías! No dices más que tonterías y mentiras. ¡Largo de aquí!

Hola, hola, hola. Me presentaré. Yo soy el Diablo. No hagáis caso a este loco romano. El Acueducto no lo hicieron los romanos. Aunque vayan diciendo por ahí que lo hicieron con las manos. ¡Mentira! Lo hice yo. Y en una sola noche. Aunque me salió rana la historia. ¡Lo hice gratis! Os cuento la historia.

En Segovia, hace muchos años, sus habitantes debían bajar de sus casas, situadas en lo alto de la ciudad, hasta el río a buscar el agua que necesitaban. Luego, claro, tenían que volver a subir. ¡Cómo pesaban los cántaros llenos de agua y qué larga y empinada se hacía la cuesta de regreso!

Un día, una jovencita, cansada de esta tarea, dijo en voz alta:

 

  • “ Daría lo que fuera por no tener que volver a buscar agua”

 

Apareció de pronto un ser misterioso que, muy zalamero, se dirigió a la joven:

  • ¿Lo que fuera? ¿Pagarías lo que yo te pidiera por no tener que volver a buscar agua?

  • Eso he dicho. Pero no tengo dinero.

  • Yo no quiero dinero. Quiero tu alma.

  • ¿Mi alma? Pero entonces…

  • Tú decides. Tu alma o seguir acarreando agua.

 

La muchacha tenía miedo, pero estaba tan cansada… aceptó el trato. Aunque antes puso una condición:

 

  • Acepto el trato. Pero tienes que terminar la obra antes de que amanezca. Si no, no te daré mi alma.

  • ¡Estupendo! Antes de que mañana cante el gallo, tendrás construido un  acueducto. ¡Y tu alma me pertenecerá para siempre!

 

El diablo, ayudado por un montón de diablillos, se puso manos a la obra. Una piedra, otra; un arco, otro… Poco a poco el Acueducto se iba levantando.

Cuando la muchacha, ya de noche, pensó en su casa lo que había pactado con el Diablo, lloró arrepentida y comenzó a rezar pidiendo a Dios que le perdonara y que hiciese fracasar al Diablo.

La obra avanzaba deprisa. A punto de terminarla, cuando sólo quedaba una piedra por colocar…

 

  • Se me ocurrió celebrarlo con mis ayudantes. Nos entretuvimos un poco y…

El primer rayo de sol apareció por el horizonte, despertó al gallo y… por toda la ciudad se oyó su canto anunciando el nuevo día.

  • ¡Me he salvado, me he salvado!

 

Efectivamente, faltaba una sola piedra para que el Acueducto estuviese terminado. El Diablo, enfurecido, tiró la piedra y se marchó de Segovia sin el alma de la joven. Los segovianos vieron aquel enorme puente y decidieron terminarlo. Desde entonces, no tuvieron que volver a bajar a buscar el agua porque éste llegaba hasta las puertas de la ciudad.

 

  • ¿Es para enfadarse o no? ¡Por una sola piedra! En el hueco que ocupa ahora la estatua de la Virgen de la Fuencisla tendría que haber colocado la piedra. ¡Y el alma hubiera sido mía!

  • ¡Ni caso! Lo que el Diablo os ha contado no es más que una leyenda. El Acueducto lo hicimos los romanos.

  • De eso, nada. Fui yo.

  • ¡ Mentiroso!

  • ¡Embustero!

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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