






Aquí estudié yo:
Soy Alfonso, rey de Castilla, más conocido como Alfonso X “El Sabio. Y lo cierto es que lo era. Sabio, quiero decir. Desde una de estas torres (la más alta, no; esa no existía en mi época) me dediqué muchas noches a estudiar el firmamento. Lo tuve claro: si me hubiera pedido Dios consejo a mí, el firmamento hubiera sido mucho más perfecto. A mí mujer no le gustaba que pensara así. Por eso, un día que cayó un rayo y provocó grandes destrozos me echó a mí la culpa y, entre ella y un fraile, me convencieron de que debía pedir perdón por haber sido tan orgulloso. Así que mandé construir una habitación recorrida a lo largo de sus paredes por un cordón igual al que llevaban en su hábito los frailes franciscanos. Así recordaría que debía ser más humilde y no creerme superior a Dios. La sala, que la llaman del Cordón, quedó bonita, he de reconocerlo.
Aquí viví yo:
Si preguntáis a los segovianos, todos os dirán que fui yo, Enrique IV, el rey que más quiso nunca a Segovia. Por eso, el Alcázar fue una de mis casas preferidas. ¡La de banquetes, fiestas y bailes que celebré en él! Pero de lo que más satisfecho estoy es de haber terminado de construir esa torre tan alta y hermosa que estáis viendo. La llamé Torre de Juan II, en homenaje a mi padre. Desde ella podréis ver alguna de las vistas más preciosas de esta hermosa ciudad. Si os atrevéis a subir su empinada escalera de caracol, veréis como no os engaño.
Aquí fui reina yo:
Soy la hermana de Enrique IV, la famosa Isabel La Católica. ¿Sabéis que en este Alcázar empezó a cambiar la historia de España? Aquí estaba yo alojada antes de ser la Reina de Castilla. De sus habitaciones salí y, atravesando el puente levadizo, acompañada por mi séquito, llegué hasta la iglesia de S. Miguel, en la cercana Plaza Mayor donde fui coronada Reina. Fue, creo yo, el paseo más emocionante de mi vida.
Aquí luché yo:
¡Qué días tan trágicos aquellos!
Soy Juan Bravo, uno de los líderes de los comuneros de Castilla que se enfrentaron, valientes, al rey Carlos I para defender nuestras libertades. Lo pagamos con nuestra vida, es cierto, pero luchamos por lo que pensamos justo.
Aquí, donde os encontráis, tuvo lugar una de las batallas de aquella guerra. Nosotros asediábamos a las tropas del Rey, que estaban en el Alcázar, atrincherados dentro de la catedral, que en aquellos años estaba en estos jardines que disfrutáis ahora frente al Alcázar. La batalla fue tan dura que tanto el Alcázar como la Catedral sufrieron enormes daños. Al final, Carlos ganó la batalla y decidió construir una nueva catedral lejos de allí para que nunca más nadie pudiese atacar al Alcázar como lo habíamos hecho nosotros. De aquella vieja catedral sólo se salvó el claustro, que fue llevado piedra a piedra hasta la nueva y fue reconstruido dentro de ella.
Aquí me casé yo:
Soy Felipe II, uno de los Reyes más poderosos que ha tenido España. También a mí me gustaba pasar temporadas entre los muros de este precioso Alcázar. Fijaos si me gustaba, que aquí me casé con mi cuarta esposa, Ana de Austria. Seguro que os habéis fijado en los chapiteles negros de pizarra que coronan las torres del Alcázar, ¿verdad? Pue fui yo quien mandé colocarlas. Cuando terminaron de colocarlas, parecía un castillo de cuento. O de película, como pensó Disney.
La pena es que pronto comencé a construir El Escorial y trasladé a Madrid mi corte. Tuve, entonces que dejar el Alcázar. Aunque le encontré un nuevo uso. Lo utilicé como cárcel para encerrar a algunos de mis enemigos. Espero que a ellos también les gustase el Alcázar.
Aquí formé soldados yo:
Saludos, buena gente. Soy Carlos III, rey de España conocido por mi amor a la cultura y a la educación. Cuando vi este maravillo edificio, pensé que era el lugar ideal para que estudiasen aquí mis artilleros. Por eso decidí instalar en el Alcázar, allá por el año 1764, el Real Colegio de Artillería. Grandes profesores, como Proust, el de la “ley de las proporciones múltiples”, educaron durante muchos años a los artilleros del ejército español entre las paredes del Alcázar. Los soldados tuvieron que marcharse en el año 1862 porque un gigantesco incendio estuvo a punto de destruirlo. Pero no se fueron del todo. Cuando el Alcázar pudo ser reconstruido, trajeron a él el Archivo General Militar. Si queréis podéis pasar a verlo.
Aquí soñamos nosotros:
Nosotros no somos ni reyes ni soldados. Ni el Alcázar es nuestra casa, ni colegio.
Pero somos marineros, piratas que, con las velas hinchadas por el viento, surcamos mares de roca a bordo de este navío de piedra, mientras los ríos Clamores y Eresma lo acarician a babor y a estribor.
O nos convertimos en caballeros templarios vigilando si algún grajo osa posarse en la cercana Veracruz.
O nos da por contar, jugando, los pináculos que embellecen el silencio del monasterio de El Parral. Y recitamos versos de Machado mientras nuestros ojos se deslizan por las cumbres montañosas del horizonte.
O venimos, al llegar febrero, hasta aquí acompañando a las valientes mujeres de Zamarramala dispuestos a engañar al enemigo.
Y de vez en cuando nos apoderamos de las torres y aposentos del Alcázar y entonces somos los príncipes y princesas de un castillo de cuento.